El corazón mutilado de una persona que ha sufrido, se parece mucho a un viejo muñeco de trapo que con el correr de los años se ha roto y hoy está tuerto y desvencijado. Y cuando el dolor se hace insoportable, lo más fácil es encerrarse en uno mismo, por miedo a que si se descubren nuestras heridas, nadie nos quiera amar. Sin embargo, debemos recordar que Dios es el zurcidor de muñecos rotos. Si sientes que tu vida está hecha jirones, si vives con una mancha de culpa que el tiempo no ha podido borrar, permítele a Dios arreglar el alma lastimada que te ha dejado marchito en el suelo. Recuerda que a pesar de nuestros pecados, nuestra vergüenza, confusión y traumas, Dios nos ama... Esa es la clase de amor que sólo Dios puede dar.
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