Los talentos y dones que el Señor nos ha dado -y todos hemos recibido alguno- no sirven de nada sin un buen par de agallas. Sea lo que sea que se nos haya entregado, tenemos que correr riesgos para usarlos para Dios. Sin embargo, a veces permitimos que sean nuestros miedos los que dicten nuestras decisiones o, lo que es peor, tenemos tanto miedo de tomar una decisión incorrecta, que nos paralizamos y no tomamos ninguna. Si queremos multiplicar y negociar los talentos que Dios nos regaló, necesitamos salir de los cómodos confines de nuestros guetos cristianos. ¡Cuando el Señor nos llama siempre es difícil, siempre es arriesgado, y siempre nos obliga a crecer!
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