Todos nosotros en algún momento de la vida nos convertimos en grotescos osos de felpa dañados por el pecado y la culpa... pero el Señor nos ama a pesar que se nos esté saliendo el relleno o tengamos un botón en lugar de ojo. Hay una clase de amor que va más allá del sentido común: es incondicional, crea valor en el ser amado, sin exigencias, sin restricciones. Es un amor que no juzga, que no condena, sino todo lo contrario: otorga gracia a los quebrantados. Así es el amor de Jesús por nosotros; Él ama a los osos rotos. Y si tomamos en serio el amar a Dios, debemos empezar por amar a las personas, a todas las personas, especialmente a aquellos muñecos de trapo que el mundo desecha.
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