Somos un pueblo creado para adorar; así es como Dios nos formó. El problema surge cuando esperamos que algo que no tiene el poder de Dios nos dé aquello que sólo Dios tiene el poder para darnos. Así, cuando rendimos culto al dinero, nos convertimos en personas codiciosas; al sexo, nos volvemos lujuriosos; si veneramos el poder, nos convertiremos en corruptos. Y cuando nuestra identidad depende de la opinión de los demás, nos convertimos en adoradores de la aprobación y eso nos expone a la desilusión. Si queremos remover el ídolo de la aprobación, ese coloso con pies de arcilla, tenemos que enfocarnos en el amor de Dios. Tenemos que comenzar a adorar a Dios activamente dentro y fuera de los templos, todos los días de la semana.
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