Cuando enfrentamos adversidad, a menudo nos apresuramos a pensar que es algo que Dios nos está haciendo; que si batallamos con una espina es porque Dios nos abandonó como hijos. Así, aun después del regalo de vida eterna y riqueza eterna que el Señor nos ha dado, nos atrevemos a rezongar por un cuerpo dolorido, una salud frágil o pobreza terrenal. Pero, recordemos que Dios prefiere que tengamos una cojera ocasional, antes que un pavoneo perpetuo. Él sabe que necesitamos unos cuantos tropezones para convencernos que Su Gracia es suficiente para nuestra salvación y que no necesitamos un paracaídas rosa para saltar.
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