En enero de 2003, la policía perseguía la imagen borrosa de un asesino en serie joven, flaco y con el pelo corto para evitar su tercer asesinato en una carrera contrarreloj en la que se buscaba una aguja en un pajar.
Con solo once días de diferencia se encontraron en un rincón del párking de la calle Beltrán 28 de Barcelona los cuerpos de dos mujeres brutalmente asesinadas: ambas rubias, ambas sobre los cuarenta, ambas con la plaza número 15 en distintas plantas.
La policía sabía que estaba ante un asesino en serie y que era solo cuestión de tiempo que apareciera, quién sabe dónde, un tercer cadáver. Pero el criminal no había dejado pistas. Las cámaras de seguridad solo permitieron determinar que se trataba de un joven delgado y con el pelo corto. Una imagen demasiado borrosa. Podía ser cualquiera. Bajo presión, los investigadores agudizaron su ingenio.
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