Las personas reflexivas, en general, sopesamos las circunstancias y problemas, acudimos a procesos de introspección para tomar decisiones y hallar soluciones, pensamos mucho antes y después de actuar, y nos apoyamos en el razonamiento buscando en nuestro interior las respuestas que aclaren nuestras preguntas. Sin embargo, la capacidad de reflexión e introspección (que trae mayores beneficios en comparación con tomar decisiones impulsivas que a la larga puedan volverse contra nosotros) no siempre es una ventaja. Ser muy reflexivos puede tener un efecto paradójico: por un lado, nos hace más lúcidos y dichosos; por otro, puede llevarnos a sentirnos atormentados y desdichados. De esto último es de lo que viene a hablarnos la hiperreflexibilidad.
Como su prefijo hiper indica, hiperreflexibilidad es una forma reflexión incrementada, excesiva, sobre todo centrada en uno mismo, en la que se intensifica la autoconciencia. Como apunta el psicólogo clínico y antiguo Catedrático de Psicología de la Universidad de Oviedo Marino Pérez Álvarez, cuando la actividad de reflexionar se torna obsesiva y se centra en el sí mismo de manera casi constante, más que reflexionando estaríamos hiperreflexionando acerca de nosotros.
Es una capacidad mental que puede ser adaptativa (cuando uno se cuestiona algo y lo soluciona) o patógena (cuando uno se cuestiona algo de forma extremadamente analítica), tanto es así que a veces nos quedamos bloqueados dudando de lo que inicialmente pusimos en duda. Conceptos como «rumiación», «obsesión» o «autofocalización del pensamiento» estarían relacionados con la hiperreflexividad.
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