Hay ocasiones en que lo más importante que podemos hacer los que somos llamados a servir, es compartir el sufrimiento y el dolor de las personas. No es intentar aconsejarlos. No es llenarlos de versículos. Mucho menos decirles la nefasta frase: “Algo habrás hecho”. Sólo tenemos que “llorar con los que lloran”. El ‘comerse’ las lágrimas de otro, no sólo beneficia a quien recibe la ayuda, sino a aquel que sirve de corazón. Ese es el único sello que identifica a la iglesia verdadera… ¡La capacidad de amar y servir al prójimo!
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