Con frecuencia, la religión nos da una sensación de superioridad que nos hace pensar que pertenecemos a un club privado y nos lleva a revisar las reglas, enmendarlas, y luego exigírselas a los demás que no pertenecen a nuestro club. Estamos conscientes que somos pecadores; pero siempre nos parece mejor el demostrar que existen peores pecadores que nosotros. Nos cuesta mucho admitir que estamos tan quebrados, rotos y hechos trizas como “los demás”. Pero la buena noticia es que Dios repara lo que está roto. El Señor toma a los olvidados, los subestimados, los marginados, los descartados, los dañados y destruidos, y hace lo que tan sólo Él puede hacer; toma los pedazos rotos y nos vuelve completos. ¡Lo roto, lo quebrado, siempre es más valioso en Sus manos!
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