Marina Ruíz García apareció muerta sobre las vías del tren en 1999 en la localidad leridana de Cervera. En la autopsia, además de unas infames heridas internas causadas por la introducción de una barra de hierro, se descubrió que presentaba un mordisco profundo en uno de sus senos. Agotadas otras vías de investigación, los Mossos buscaron quién pudiera relacionar las marcas del pecho con la boca de algún sospechoso. Entonces fue cuando los investigadores quisieron que Serafín Cervilla Valle, el novio de la víctima –en la lista de posibles autores de la muerte de Marina- se dejara sacar un molde de su particular boca y él accedió sin problemas. Los forenses concluyeron que el autor del mordisco era Cervilla. Y no solo eso. Los peritos dijeron, además, que se había dado inmediatamente antes o después de la muerte de la joven. Fue la huella que delató al autor.
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