Cuando el Señor dice: “El que se humilla a sí mismo será enaltecido”, está diciendo que somos nosotros los responsables de nuestra propia humildad. El gran problema a resolver, es que tenemos que lograr humillarnos sin sentirnos orgullosos de habernos humillado, y aprender a confesar nuestros pecados voluntariamente, sin que nos confronten. No hay nada que reemplace nuestra humillación ante Dios. Todo aquel que se empeñe en subir y ser alguien, en realidad se está yendo al fondo del mar. Y todo aquel que decida bajar a las profundidades de la humillación, en realidad está subiendo a la superficie y salvando su vida.
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