La prisa mata todo lo que consideramos valioso: la espiritualidad, la salud, la pareja, la familia, la capacidad de reflexión, la creatividad, la generosidad y el escuchar a Dios. Seguir a Jesús es una relación, y todas las relaciones ameritan y requieren tiempo. Si hay algo que podemos leer en los cuatro evangelios, es que Jesús nunca tenía prisa. El seguir a Jesús tiene que convertirse en nuestro estilo de vida. Lo que necesitamos es una espiritualidad más lenta; que nuestras almas, que se quedaron atrás, alcancen de una buena vez, a nuestros cuerpos. El Señor, nos invita a caminar hombro a hombro con Él, a compartir el yugo; de manera que, a nosotros, el vivir se nos haga liviano.
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