Cuando nos toca una temporada en el hospital, un tiempo de vacas flacas, o un paréntesis en nuestro ministerio, generalmente queremos que alguien nos remueva de la tormenta. Pero es en esos momentos que, en lugar de pedir ser evacuados y eyectados, debemos aprender a confiar en el Señor. Sin importar cuánto el viento sople, no te rindas, no te entregues, no bajes los brazos... Fondea tu barco al fondo del océano y resiste, porque debajo de la superficie tenemos un ancla. ¡Jesús es la firme ancla de nuestra alma!
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