En el planeta del Principito, además de puestas de sol y Baobabs, había otra cosa. Una muy pequeña, pero muy importante. Se trataba de una flor. Tenía espinas para protegerse, además de un fuerte carácter. Pero era pequeña. Eso era un problema. No por la flor, sino por el cordero que ahora tenía pintado el Principito.
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