La mayor diferencia entre las personas que prosperan en la vida y las que no, no es el dinero, la salud, el talento, los contactos o las apariencias. Es la sabiduría; la capacidad de tomar buenas decisiones. Tenemos que dejar de pedirle a Dios que nos revele el futuro y que elimine todo riesgo de nuestras vidas. La oración será eficaz cuando dejemos de usarla como un sustituto de la obediencia. No nos preocupemos por conseguir el número del ‘teléfono rojo’ directo al Señor, enfoquémonos en obedecer lo que ya nos dejó en las escrituras. De ese modo, estaremos de manera orgánica en el centro mismo de la voluntad de Dios.
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