Desde el mismo nacimiento, las bebés del sexo femenino del Imperio romano generalmente eran asesinadas.
El infanticidio no solo era muy común en el mundo grecorromano, era tolerado y legitimado.
El infanticidio, es decir, matar a un niño recién nacido, afectaba principalmente a bebés de sexo femenino o a bebés con enfermedades o trastornos físicos.
Nacer mujer dentro del Imperio romano representaba una gran desventaja.
La “ley de las Doce Tablas”, llamada también “ley de igualdad romana”, que era un texto legal que contenía normas para regular la convivencia del pueblo romano, por ejemplo, permitía al padre abandonar a cualquier recién nacido, especialmente si se trataba de una criatura de sexo femenino, un bebé débil o con malformaciones.
Otra costumbre muy extendida en gran parte de la sociedad romana, fruto de lo anterior, era el hecho de que las familias generalmente solo tenían a una hija mujer, las demás, eran asesinadas al nacer.
Si una mujer lograba sobrevivir a un infanticidio, generalmente no le esperaba una buena vida, o al menos una vida de igualdad con el hombre.
Las mujeres eran obligadas a casarse aún siendo niñas, en muchos casos sin alcanzar la pubertad.
Los escritores griegos no podían concebir a sus esposas como iguales, algunos contratos matrimoniales obligaban a la mujer obediencia absoluta al marido. En el contexto judío las cosas no eran diferentes, en las disputas acerca del divorcio, una rama de los fariseos, la rama de Hillel, sostenía que un hombre podía abandonar a su esposa si algo de ella no le complacía. Por ejemplo, si la comida que preparaba no le gustaba.
Pero el contraste con el cristianismo era muy notable. El cristianismo atraía naturalmente a las mujeres por varias razones.
En primer lugar les ofrecía igualdad y dignidad.
De entrada, el cristianismo condenaba el infanticidio. Por otro lado, el trato dentro de la vida conyugal era muy distinto al de la sociedad romana. Los hombres y las mujeres eran iguales. Se condenaban el divorcio, el incesto, la infidelidad matrimonial y la poligamia. La infidelidad tanto del hombre como de la mujeres eran vistas con la misma gravedad.
Por otro lado, las mujeres que eviudaban dentro del Imperio, soportaban una gran presión, hasta legal, para casarse de nuevo. Augusto (63 a.C - 14 d.C) llegó a disponer que si la nueva boda no se celebraba en un plazo de dos años, las viudas se vieran sujetas a una sanción legal. Dentro del cristianismo, las viudas eran tratadas con dignidad, incluso se llegó a organizar un importante sistema de ayuda social para apoyar a las viudas que fue pionero para su época.
Así que el trato del cristianismo a las viudas no era circunstancial, sino que se siempre se trató de una práctica bíblica que la iglesia practicó durante siglos.
Es fácil entonces concluir que el cristianismo, mucho antes de convertirse en la religión oficial del Imperio, se volvió muy popular entre las mujeres.
A la altura del siglo IV, cuando el cristianismo estaba a las puertas de convertirse en religión del imperio, un gran porcentaje de la población era ya cristiana.
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