En el año 165 d.C, durante el reinado del emperador Marco Aurelio, una terrible epidemia asoló el territorio del Imperio romano. La epidemia acabó con la vida de una gran parte de la población del Imperio que pudo llegar a un tercio del total o, como mínimo la cuarta parte. El mismo Marco Aurelio murió por esta causa en el año 180 d.C.
Los practicantes del paganismo buscaron sobre todo poner a salvo su propia vida y, por supuesto, abandonaron a aquellos que ya habían empezado a sufrir la enfermedad. Galeno, el célebre médico, vivió la epidemia, y su comportamiento fue completamente incomprensible y cuestionable. No pensó en quedarse en la ciudad de Roma para asistir profesionalmente a los enfermos. Por el contrario, abandono la ciudad con la mayor rapidez y se dirigió a sus posesiones en Asia Menor.
Mientras que los paganos huían, los cristianos optaban por quedarse al lado de los enfermos. Los cristianos consideraban que era indispensable ayudar al prójimo aunque eso implicara poner en riesgo sus vidas.
Por esta y muchas razones más, el cristianismo creció rápidamente por la fuerza pura del testimonio.
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