Cuando estamos en medio de un desierto que nos lastima el alma, cuando arena se nos mete en el corazón y nos cuesta ver claramente el camino, probablemente nos amarguemos y nos enojemos con el Señor al sentir que Él nos abandonó en esa tierra intermedia entre la profecía y el destino. Pero es ahí cuando debemos recordar que los desiertos también son Tierra Santa, que es ahí donde Él nos lleva para procesar nuestro carácter y si no pasamos bien el desierto, no conoceremos Canaán. Si estás en el desierto no te apures, no te llenes de ansiedad ni te retrases; quítate las sandalias como Moisés y déjate moldear por el Señor.
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