En ocasiones nuestra parte oscura sale a la luz y tenemos pensamientos lujuriosos, pegamos gritos a los hijos, maltratamos al cónyuge, traicionamos, causamos dolor… y después nos invade una culpa incontrolable que gobierna nuestro ser. Entonces adormecemos la culpa con una botella de tequila, o la negamos, o la castigamos volviéndonos legalistas, o la desviamos dirigiendo nuestra ira contra otros y eso hace que nos transformemos en cristianos infelices, agotados y preocupados. Sin embargo, debemos recordar que Dios detesta el pecado, pero ama al pecador, por eso debemos, con humildad, entregar la culpa a los pies de Jesús y confiar en Su gracia inagotable y Su perdón.
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