Aquel que ha luchado y peleado en la vida, lleva heridas en su corazón, ya sea por un fracaso en el amor, una quiebra financiera, una niñez infeliz, una enfermedad letal o un accidente inesperado. Y aunque la sociedad nos enseña que debemos ocultar nuestras heridas para no parecer vulnerables y débiles ante los demás, no debemos olvidar que las heridas son una placa de honor que muestran que no nos rendimos y que nos aferramos al Señor hasta salir de las crisis. Nunca te avergüences de tus heridas, porque son lo que te hace diferente y valioso. Cuenta tus batallas aun cuando pienses que no eres digno de Su presencia. Nunca un hijo del Creador va a perder el derecho a comer el pan de vida y a beber el agua de Su fuente. Recuerda las palabras del Señor: ‘Bástate de Mi gracia porque Mi poder se perfecciona en tu debilidad’.
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