No podemos permitir que las heridas dominen nuestra vida porque vamos a morir solos, amargados, intransigentes e inflexibles. No importa qué nos pasó en la vida, cuando uno termina de llorar se tiene que comenzar a levantar, porque si uno se reconcilia con sus heridas, si uno perdona, tiene oportunidad de sanar. ¿Tus padres no te hablaron? Habla con los tuyos ¿no te amaron? Da amor ¿no te dieron? Rompe ese egoísmo siendo generoso y de bendición a los demás. Recuerda que en la parábola del hijo pródigo el padre no recibe a su hijo con un ‘te lo advertí’, ni un ‘te lo dije’... va y lo abraza porque ¡aún es su hijo!
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