Somos rápidos en poner etiquetas a las personas según el error categórico que hayan cometido; pero Jesús no identificaba a la persona con su pecado, sino que veía en ese pecado algo ajeno, algo que en realidad no le pertenecía y del que lo iba a liberar para devolverle su verdadera personalidad. El amor de Dios es incondicional y escandaloso. Su gracia es injusta por naturaleza y alcanza a todo aquel que la pide de corazón, incluyendo a los pecadores, a los corderitos quebrados y a los que tienen letras escarlatas colgadas del cuello… algo que es difícil de entender y aceptar para muchos religiosos.
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