Todos en algún momento hemos sentido envidias y rencores; sin embargo, debemos recordar que somos siervos escogidos de Dios para bendecir y hacer mejor la vida de otros. El siervo debe esperar un trabajo duro y simplemente hacer lo que tenga que hacer, sin quejas ni exigencias. Si vamos por la vida anhelando el gozo que le pertenece a otros, terminaremos sin gozo alguno. ¡Luchemos cada día por encontrar el equilibrio entre una estima sana y la humildad, que nos ayude a no quemarnos en la hoguera de las vanidades!
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