Todos nosotros fabricamos casas. Remplacemos la palabra «casa» con «carácter» o «alma» y nos daremos cuenta que todos estamos construyendo una vida. Cada compromiso que hacemos, cada amistad que establecemos, cada habilidad que cultivamos o abandonamos, cada promesa que honramos o rompemos, se convierte en parte de nuestra casa, de nuestro carácter. Cuando armamos nuestra vida sin pensar en edificar el carácter, estamos construyendo una casa deforme, amorfa, sin planos, sin terminación final... y Dios no pone recursos en las manos de quien no tiene un plan. Pero si hemos edificado nuestra vida sobre Cristo, podemos tocar fondo y aunque perdamos el aliento, seguiremos respirando, seguiremos en pie en medio de las tormentas.
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