Todas las sociedades, por definición, tienen personas que se conectan entre sí; sin embargo, también toda sociedad tiene gente que se siente dejada a un lado, a la que nadie escoge y a quienes vetan, desprecian y sacan de la lista. Con frecuencia excluimos a otros por causa del orgullo, el temor o la ignorancia, haciéndolos sentir como sapos de otro pozo. Y cuando excluimos, no sólo ofendemos a los que mantenemos fuera, sino que también hacemos daño a nuestra alma. Por eso en vez de ir por la vida ofendiendo, debemos crear comunidades que se caractericen por la gracia y la verdad, donde sintamos compasión por quienes no conocen a Cristo y por la gente rota. Las mejores sociedades generalmente son las más humildes y la menos exclusivas.
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