En su libro «Filosofía andante», el pensador David Cerdá dice que no hay mejor condimento que nuestro propio apetito. Piensa en ello, en su sentido literal: un simple pellizco de pan puede parecerte el más suculento de los manjares cuando llevas horas sin probar bocado. La sed te hace disfrutar del agua que tomas por inercia, por hábito, como de un dulce elixir.
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