Jesús no usó sus últimas horas de vida para ir a la sinagoga a orar, o para predicar y evangelizar. Jesús dedicó esas últimas horas para compartir en una mesa con sus amigos. Y es que cuando los corazones humanos se conectan a través del amor, Dios se hace REAL, lo cual produce un efecto de bienestar en nuestro interior. Ningún rito o liturgia tiene la capacidad de manifestar la realidad de Dios como las relaciones humanas fundamentadas en el amor. Nada es más importante que sentarse a la mesa con Jesús.
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