El Padre Fred experimentó la llamada al sacerdocio cuando era niño. Su fe fue alimentada por la de su madre, que era profundamente católica. Su padre era metodista pero respetaba la fe de su mujer. Cuando el P. Fred llegó a la universidad se dio de bruces con otro mundo: el desenfreno sexual y el alcohol estaban a la orden del día. Allí se dio cuenta de que tenía que hacer suya la fe. Entonces vuelve a su corazón esa llamada que experimentó en su infancia y decide entrar al seminario, donde vive crisis de fe muy fuertes hasta que el Señor durante una adoración le quita las escamas de los ojos.
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